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lunes, 6 de julio de 2015

De epidemias y cementerios.

Hace tiempo dedicábamos una de nuestras entradas a comentar cómo se había buscado la ayuda divina para superar una de las epidemias de fiebre amarilla que había padecido la ciudad de Écija a principos del siglo XIX (Virgen del Valle, protectora contra la fiebre amarilla). Tal enfermedad, aunque endémica en algunas regiones de América Central o África, hallaba en Andalucía, y en las inmediaciones de Écija, las condiciones propicias para el mosquito Aëdes Aegypti, transmisor del virus: veranos calurosos, un alto grado de humedad, población receptiva,...Además, en la primera década del siglo XIX se sucedieron lluvias abundantes que provocaban el desbordamiento del Genil y otros arroyos, además de la ruina de las cosechas y periodos de escasez.

Cercado de la Misericordia | Foto: IAPH
Centrándonos en un aspecto concreto de la política higiénico-sanitaria de la época, los enterramientos se realizaban en suelo sagrado aunque a finales del siglo XVIII el monarca Carlos III había promulgado una Real Orden en la que instaba a las autoridades a construir cementeros a las afueras de las ciudades. Con los brotes de fiebre amarilla de 1800 y 1804 (las epidemias se sucedieron a lo largo del primer cuarto del siglo XIX), el problema de los enterramientos intramuros alcanzó unas dimensiones preocupantes. Ya en 1800 la Junta de Sanidad ordenó que los enterramientos se realizaran en el cementerio del Hospital de San Sebastián y sólo un año más tarde se indicaban las ermitas de las Peñuelas, San Benito, Virgen del Camino y Humilladero, todas separadas de la población, como ubicación para los enterramientos.

Coincidiendo con la epidemia de 1804 se establecieron las premisas para poner en funcionamiento un nuevo camposanto, el Cercado de la Misericordia, con la excepción de los sacerdotes y titulares de patronato a los que se les permitió en un primer momento ser enterrado en lugar sagrado. No obstante, las condiciones en el Cercado no fueron las esperadas y durante estos años incluso se pensó en cambiar la ubicación de la feria que se celeraba en las calles cercanas. La Junta de Santidad tuvo que ordenar repetidamente las mismas medidas para que se llevaran a cabo efectivamente como abrir zanjas de más de dos varas de profundidad o el uso de cal para cubrir los cadáveres. Sin olvidar aquellos trabajadores que no cumplían con la tarea encomendada como aquel enterrador siempre ebrio y que exhumaba los cadáveres para robar sus pertenencias.

No nos resistimos a trasladar a nuestro blog los comentarios que hizo la Junta de Sanidad sobre el estado del Cercado de la Misericordia:
Al andar sobre las sepulturas se hunden mucho los pies; los montones de cal no manifiestan haverse tomado alguna de ellos en mucho tiempo; hay varias sepulturas de algunas personas señaladas separadas de la zanja común y muy a flor de piel; se ve un diluvio de moscas sobre ellas y se advierte un hedor intolerable en aquellos sitios. Estoy informado que por muchos días se tienen varios cadáveres al sol, sin enterrar, y que entran y salen perros...

A partir de 1812 todos los enterramientos se practicaron en el Cercado de la Misericordia y a finales de siglo se abrió un nuevo camposanto más allá del Valle. No obstante, cuando se inauguró el cementerio en 1885 habían pasado casi 80 años desde la última epidemia de la fiebre amarilla.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA.
MARTÍN OJEDA, M. "Epidemias de fiebre amarilla en Écija. Años 1800 y 1804" en Écija en la Edad Contemporánea. Actas del V Congreso de Historia. ´Écija: Ayuntamiento de Écija, 2000.



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