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miércoles, 9 de julio de 2014

Del musulmán al morisco.

A raíz de una conversación intranscendente con un amigo, ambos llegamos a la conclusión de que realmente, a pesar de los ocho siglos de presencia musulmana en la Península Ibérica, realmente existe un total desconocimiento, no sólo de ese periodo, sino de las diferentes circunstancias e interacciones que se produjeron entre grupos sociales, étnicos y religiosos que convivieron durante la Edad Media. Mudéjar, mozárabe, morisco,...son términos que se usan indiscriminadamente, sin que necesariamente se conozca con precisión a que o a quienes hace referencia, más allá de su relación con la España árabe, algo que sencillamente es imposible porque, empecemos con las aclaraciones, no existe un pasado árabe de España. Cuando en el 711 comenzó la invasión musulmana, los ejércitos islámicos estaban formados en su mayoría por soldados bereberes, procedentes del norte de África, y sólo la élite dirigente procedía originariamente de la Península Arábiga lo que le rodeaba de un halo de prestigio y de poder.


¿Qué ocurrió con la población hispano-visigoda? A diferencia de lo que podríamos pensar, salvo una minoría de nobles y clérigos que huyó hacia el norte para formar núcleos de resistencia, la gran mayoría se mostró indiferente. Quedó en sus ciudades, con sus propiedades, sus viviendas, adaptándose a las nuevas normas impuestas por las autoridades recién llegadas. La tolerancia musulmana permitió a los cristianos que lo quisieran mantener su religión bajo el gobierno del Islam, constituyendo comunidades de mozárabes que, respetadas por los invasores pudieron, como fue el caso de Écija, poseer sus propios templos, como el que probablemente se situaba en las proximadades de la mezquita principal en el entorno de la actual Parroquía de Santa Cruz.

Los hubo que no tuvieron problema por renegar del cristianismo y aceptar las nuevas creencias. Los muladíes, cristianos convertidos al Islam, se integraban como ciudadanos de pleno derecho, disfrutando de los beneficios y de las excenciones tributarias que ello significaba.

Tras la caída del califato de Córdoba (1031) y la división de Al-Andalus en pequeños reinos taifas, las tierras fueron cayendo en manos de los cristianos a pesar del freno que supuso la llegada de los almorávides, primero, y más tarde, de los almohades. Las ciudades musulmanes fueron tomadas los reinos de Portugal, Castilla o Aragón y, aunque gran parte de la población huyó hacia el Sur en busca de territorios islámicos, también los hubo que llegaron a acuerdos con las autoridades para mantenerse en sus ciudades. Los mudéjares eran los musulmanes que, conquistada su comunidad, permanecieron en tierra cristiana aunque manteniendo su religión, constumbres o técnicas de trabajo puestas al servicio de los invasores. De ahí, por ejemplo, que podamos hablar en nuestra ciudad de la iglesia de Santiago como ejemplo notable del gótico-mudéjar.


Por último, una vez concluida la Reconquista con la conquista del Reino nazarí de Granada, a diferencia de la población judía, obligada a convertirse o a abandonar la Península (judíos sefardíes), los musulmanes en un principio fueron tolerados por los reinos cristianos. No obstante, el clima de tolerancia sólo permaneció unos años, hasta principios del siglo XVI. En 1502, en una época de tensiones y levantamiento de los musulmanes, como la sublevación de las Alpujarras, el cardenal Cisneros con respaldo de las autoridades políticas, puso en práctica los bautismos obligatorios de islámicos que pasaban a denominarse como moriscos.

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