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miércoles, 2 de enero de 2019

El aislamiento de Écija


Hace unos meses os hablábamos en nuestro blog de Écija y las distintas epidemias de fiebre amarilla que padeció la ciudad durante las primeras décadas del siglo XIX. Cuando ocurría esto (y lo hizo en 1800, 1802, 1804,…) una de las primeras medidas que se tomaban era el cierre de la ciudad al contacto con vecinos procedentes de otros lugares infectados. Para ello, las numerosas puertas quedaban tapiadas y se reducían los accesos a sólo cinco en los que se apostaba una guardia bajo la supervisión continua de los principales de la ciudad (nobles, eclesiásticos y capitulares).

La situación era grave y no se andaban con rodeos. Por ejemplo, durante la epidemia de 1804 aquel que intentara entrar a la ciudad sería castigado con doscientos azotes y diez años de cárcel. Si lo que pretendías era salir de Écija, pagarías con tu vida tal imprudencia. A pesar de ello, había quien se arriesgaba. Por ejemplo, en 1800 una vez cerradas las puertas de acceso, se nombraron alcaldes de barrios que tenían como misión vigilar las entradas clandestinas a la ciudad así como denunciar a aquellos que caían enfermos, que eran enviados a los lazaretos, donde también eran obligados a permanecer los viajeros hasta comprobarse que estaban libres de la enfermedad

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No se hacía ningún tipo de distinción. La noticia del fallecimiento de tres monjes jerónimos en la epidemia de 1804 hizo que, a pesar de las quejas de la comunidad religiosa, se cerrara el acceso de la Puerta del Valle y que se aislara al monasterio, desprovisto a partir de ese momento de asistencia médica y abastecimiento de víveres. Por aquel entonces, el monasterio guardaba a la Virgen del Valle lo que provocó también la protesta del pueblo. Igual ocurrió con la zona de la calle Mayor que ante la acumulación de casos quedó abandonada a su suerte en ese mismo año.

El curso del río Genil era una frontera natural idónea para establecer un cordón sanitario que permitiera evitar que la epidemia siguiera avanzando. Cuando se hizo necesario, se aislaba completamente la ciudad y los controles se establecían no en las puertas de la ciudad sino en los límites del término municipal, incluso permitiéndose que la población trabajara los campos.  La soldadesca entonces se alojaba en cortijos que marcaban el límite con las poblaciones vecinas.

MARTÍN OJEDA, Marina, "Epidemias de fiebre amarilla en Écija. Años 1800 y 1804en Actas del V Congreso de Historia de Écija. Écija: Ayto.de Écija, 2000

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