Hace unos meses os hablábamos en
nuestro blog de Écija y las distintas epidemias de fiebre amarilla que padeció
la ciudad durante las primeras décadas del siglo XIX. Cuando ocurría esto (y lo
hizo en 1800, 1802, 1804,…) una de las primeras medidas que se tomaban era el
cierre de la ciudad al contacto con vecinos procedentes de otros lugares infectados.
Para ello, las numerosas puertas quedaban tapiadas y se reducían los accesos a
sólo cinco en los que se apostaba una guardia bajo la supervisión continua de
los principales de la ciudad (nobles, eclesiásticos y capitulares).
La situación era grave y no se
andaban con rodeos. Por ejemplo, durante la epidemia de 1804 aquel que
intentara entrar a la ciudad sería castigado con doscientos azotes y diez años
de cárcel. Si lo que pretendías era salir de Écija, pagarías con tu vida tal
imprudencia. A pesar de ello, había quien se arriesgaba. Por ejemplo, en 1800
una vez cerradas las puertas de acceso, se nombraron alcaldes de barrios que
tenían como misión vigilar las entradas clandestinas a la ciudad así como denunciar
a aquellos que caían enfermos, que eran enviados a los lazaretos, donde también
eran obligados a permanecer los viajeros hasta comprobarse que estaban libres
de la enfermedad

No se hacía ningún tipo de
distinción. La noticia del fallecimiento de tres monjes jerónimos en la
epidemia de 1804 hizo que, a pesar de las quejas de la comunidad religiosa, se
cerrara el acceso de la Puerta del Valle y que se aislara al monasterio,
desprovisto a partir de ese momento de asistencia médica y abastecimiento de
víveres. Por aquel entonces, el monasterio guardaba a la Virgen del Valle lo
que provocó también la protesta del pueblo. Igual ocurrió con la zona de la
calle Mayor que ante la acumulación de casos quedó abandonada a su suerte en
ese mismo año.
El curso del río Genil era una
frontera natural idónea para establecer un cordón sanitario que permitiera
evitar que la epidemia siguiera avanzando. Cuando se hizo necesario, se aislaba
completamente la ciudad y los controles se establecían no en las puertas de la
ciudad sino en los límites del término municipal, incluso permitiéndose que la
población trabajara los campos. La
soldadesca entonces se alojaba en cortijos que marcaban el límite con las
poblaciones vecinas.
MARTÍN OJEDA, Marina, "Epidemias de fiebre amarilla en Écija. Años 1800 y 1804" en Actas del V Congreso de Historia de Écija. Écija: Ayto.de Écija, 2000
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